Autoresponders

Rasgos de su personalidad

El gran interés que despierta la figura de Hitler se debe precisamente a los ribetes de su extraordinario tipo de personalidad y su halo de impenetrabilidad. Hitler poseía un extraordinario carisma capaz de envolver no sólo a las personas, sino también a las masas, además de poseer una gran oratoria gesticular muy estudiada y una capacidad de liderazgo notable; pero quien haya permanecido con él diría lo mismo que opinó su ministro y arquitecto Albert Speer: «Nunca llegué a conocerlo».
Hitler era en sí un individuo muy autosuficiente y solitario. Muy pocas personas integraban su séquito personal, se pueden citar a Albert Speer, el fotógrafo Heinrich Hoffmann, Martin Bormann, Wilhelm Bruckner, Joseph Dietrich, Joseph Goebbels, Julius Schaub, Julius Schreck y el arquitecto Geisler y sus secretarias personales. A ellos les exigía lealtad a toda prueba y discreción.
Según algunos historiadores, Hitler fue vegetariano, si bien otros lo descartan, no fumador, abstemio (dato también cuestionado por algunos historiadores), ecologista, se dice que promulgó las primeras leyes de la historia que penaban el maltrato a los animales, aunque la verdad es que las primeras leyes contra el maltrato animal ya proceden del imperio romano. Se dice que no permitía a sus colaboradores fumar ni beber enfrente de él.
Hitler jamás visitó una ciudad bombardeada, un campo de concentración o un hospital[cita requerida] (la única excepción fue para visitar a las víctimas del atentado del 20 de julio). Un fiel ejemplo de este aspecto es que Hitler se negó a ver las fotos y filmaciones de las ejecuciones de los involucrados en el atentado ejecutado por Claus von Stauffenberg hacia su persona en 1944.
Una de las características más relevantes de la personalidad de Hitler era la capacidad de impresionar, encantar, manipular y subyugar a quienes lo rodearan; había personas que podían ser muy fuertes y seguras en sus campos de acción, pero en presencia de Hitler estas personalidades se veían disminuidas y manipuladas hasta el servilismo; por ejemplo, Hermann Göring expresó al ministro de finanzas Schacht que «cada vez que estoy frente al Führer siento el corazón en un puño».
Hitler, era muy poco proclive a demostrar algún rasgo emocional o demostrar afinidad hacía alguien cuando se tomaba fotografías en presencia de personas de su confianza y aceptación; en cambio si demostraba una faceta muy humana en presencia de niños, sobre todo cuando era visitado en Berghof.
Hitler demostraba además insensibilidad y falta de escrúpulos cuando se trataba de deshacerse de enemigos y/o sacrificar soldados; se puede citar como ejemplo la destrucción del 6º Ejército alemán en Stalingrado.
Hitler y Eva Braun.
En su vida sentimental, muy discreta, se asocian los nombres de Geli Raubal, Eva Braun, quien fue su amante, Unity Mitford e Inga Ley. Leni Riefenstahl, una de las más sindicadas en su momento, negó haber sido amante de Hitler. Hitler era muy celoso y no permitía a casi nadie inmiscuirse en esos temas. Albert Speer en sus memorias señaló que Hitler proporcionaba un trato desconsiderado, opresivo y vejatorio hacia Eva Braun.
Respecto de la orientación sexual de Hitler mucho se ha escrito[cita requerida] debido a su vínculo inicial con Ernst Röhm, pero las evidencias indican que Hitler era, sin lugar a dudas, heterosexual.
Una de las secretarias personales de Hitler, Traudl Junge, describió así la energía que emanaba de la persona de Hitler: «Cuando estaba presente (Hitler), todo el edificio bullía de actividad, todos corrían, los teléfonos sonaban, los radioespectadores no cesaban de enviar y recibir notas de comunicados (...) Cuando él estaba ausente, todo volvía a una monótona normalidad, Hitler era como una especie de dínamo». Junge describió a Hitler como una persona que presentaba dos personalidades: una muy considerada y afable, y otra muy fría, iracunda y avasallante en extremo, apasionada y calculadora.
Cita Junge en sus remembranzas: «Hitler era vegetariano, gustaba del té y además no soportaba el calor; no se podía fumar en su presencia y hacía climatizar sus ambientes a no más de 11 °C de temperatura. Otro de los aspectos es que a Hitler le gustaba escuchar chismes, pues lo distraían de su realidad. Además, Hitler se acostaba muy tarde, a las tres o cuatro de la madrugada, y se levantaba también muy tarde, entre las 10:00 y las 11:00 horas; el personal militar de la primera planta se acostaba en torno a la medianoche, terminada la última reunión de guerra de cada día y se levantaba hacia las siete».[cita requerida]
Para los miembros cercanos a Hitler, Keitel, Lammers y Bormann, Hitler predicaba con el ejemplo pagando sus propios costes personales sin derogar ningún fondo del Estado. Los ingresos de Hitler, hábilmente administrados por su secretario personal Martin Bormann, sucesor de Rudolf Hess, provenían de los derechos por su imagen postal y por su libro Mein Kampf. [cita requerida]
Otro de los rasgos característicos de Hitler era su desprecio por la debilidad ante el enemigo y por éste, sobre todo al judaísmo y en segundo grado al comunismo, su impulsividad y su obcecación por las metas sin importar el costo que tuvieran. Por ejemplo: cuando Brauchistch le solicitó la retirada estratégica de Moscú, Hitler se encolerizó diciendo: «¡No me podéis quitar Moscú!, ¡quiero Moscú!».
Un ejemplo de su aparente flexibilidad es cuando cedió ante Himmler por la deportación de los holandeses a Polonia, en pro de aumentar primeramente el contingente de las SS.
Albert Speer llegó a emitir el siguiente comentario al respecto: «En el lugar donde debía haber un corazón en el pecho de Hitler, había un gran hueco».
Cuando le tocaba tratar temas variados sobre aspectos técnicos o militares, mostraba un acabado conocimiento de estos, llegando a sorprender a sus interlocutores.
Hitler era muy condescendiente con quienes mostraban valor y arrojo en combate; llegó a diseñar él mismo la Cruz de Brillantes, Espadas y Robles para Hans Ulrich Rudel, el célebre piloto de «Stukas».
Hitler, de perfil.

Autodidacta y lector empedernido

Hitler era autodidacta. Sus conocimientos detallados acerca de diversos temas no los había adquirido en forma sistemática o bajo dirección científica, dado que además siempre tuvo una adversión contra las universidades y los profesores universitarios, a los que despectivamente llamaba „Profaxe“. Repetidas veces expresó su odio a las ciencias establecidas. Siguiendo a su mentor Dietrich Eckart, Hitler alababa las enseñanzas esotéricas y ocultistas de autores como Guido von List o Hanns Hörbiger, los que unían ciertas tésis científicas con elementos míticos y místicos y que con frecuencia también integraban ideas nacionalistas o racistas en sus obras.
Hitler poseía más de 16000 libros, distribuidos en tres bibliotecas privadas ubicadas en Múnich, Berlín y Berchtesgaden, y de los que unos 12000 se han conservado. Junto a literatura militar práctica (como Heigls Taschenbuch der Tanks (El compendio de tanques de Heigl))), que representaba alrededor de la mitad del inventario, Hitler leía a numerosos escritores nacionalgermanos y antisemitas tales como Paul de Lagarde, Hans F. K. Günther o Jörg Lanz von Liebenfels y documentaba su comportamiento como lector con subrayados y notas al márgen. Más de un diez porciento de los libros que se conservan estaban representados por esotérica de derecha y ocultismo, por ejemplo obras de Carl Ludwig Schleich, Maximilian Riedel o Ernst Schertel. Hay poca ficción o bellas letras entre las obras que se conservan. La afirmación de Hitler, de que en prisión habría realizado estudios filosóficos con Immanuel Kant, Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche, merece ponerse en duda por la falta de estos filósofos entre lo que se conserva de la biblioteca. Solamente un tomo con escritos de Johann Gottlieb Fichte, regalado por y con dedicatoria de Leni Riefenstahl, se encuentra junto a dramas de Shakespeare, preferido por Hitler antes de Goethe y Schiller. Le gustaba impresionar a sus auditores con citas de Julius Caesar y Hamlet. Hitler era capaz de memorizar en forma duradera informaciones esenciales fruto de sus lecturas, incluso muchos detalles, intercalándolas a voluntad en sus discursos, conversaciones o monólogos. Al hacerlo, generalmente evitaba indicar la fuente, de manera que a los auditores con frecuencia les daba la impresión de que se trataba de ideas originales del propio Hitler.
No dominaba ningún idioma extranjero aparte de un francés rudimentario que había aprendido en la enseñanza media de Linz, terminando sus estudios en el ramo al tercer año con la nota de „insuficiente“. Es de suponer que el los años 1914–1918 haya tenido ocasión de refrescar en algo sus conociemientos de francés en el frente occidental. El „Canciller“ Hitler se informaba de la prensa extranjera solamente por vía de su traductor jefe Paul-Otto Schmidt. Aparte de Praga (1939), Varsovia (1939), París (1940) y Roma, así como Viena y Berlín, Hitler personalmente no conoció otras capitales europeas.
Dado que tenía mala vista, pero rehusaba portar gafas por vanidad, los sirvientes debían distribuir gafas para leer en todas las salas de la Cancillería, para que Hitler tuviera rápidamente una a mano.

Antisemitismo

El primer testimonio de Hitler sobre la cuestión judía se encuentra en una carta escrita en septiembre de 1919:
utilizando la terminología biológica que frecuentemente desplegaría, declaró que las actividades de los judíos producían «una tuberculosis racial en las naciones». Afirmó categóricamente que los judíos eran una raza, no una religión. El antisemitismo como movimiento político, declaró, debería basarse en la «razón», no en la emoción, y debería conducir a la eliminación sistemática de los derechos de los judíos. Sin embargo, concluía, el «objetivo final», que sólo podía alcanzarse con un gobierno de «fortaleza nacional» tenía que ser la «eliminación completa de los judíos».
Veintinco años después, en vísperas de su suicidio, dejó escrita en su Testamento Político su valoración de la «raza judía» como la verdadera culpable de la guerra en curso.
En un pasaje de Mein Kampf, escribió que el sacrificio de los soldados alemanes en el frente de la Gran Guerra no hubiese sido necesario si «doce o quince mil de estos judíos corruptores del pueblo hubiesen sido sometidos a los gases tóxicos».
El antisemitismo de Hitler era un componente muy arraigado y esencial de su ideología, más allá de los usos propagandísticos que pudo darle a lo largo de su trayectoria política. Junto con el deseo de asegurar la hegemonía de Alemania en Europa y la consecución de un espacio vital para su país, la eliminación de los judíos era el tercer elemento que conformaba su ideología.
El deseo de venganza que Hitler desarrolló tras la capitulación alemana en noviembre de 1918 se centró en una serie de enemigos que ya había identificado años antes, a los que solo se podía combatir mediante la guerra; y
ya que bajo su punto de vista los judíos eran los responsables de los crímenes más terribles de todos los tiempos -por la «puñalada en la espalda» de 1918, la capitulación, la revolución, la desgracia de Alemania-; ya que bajo su pervertida percepción eran los principales protagonistas del capitalismo de Wall Stret y de la City de Londres, así como del bolchevismo de Moscú; y ya que, según su creencia en la leyenda de la «conspiración judía mundial», siempre estarían bloqueando su camino y representarían el enemigo más peligroso para sus planes, lógicamente esa guerra no podía ser otra cosa que una guerra contra los judíos.
En este sentido, Hitler se veía como el agente necesario para la salvación de Alemania y veía la destrucción del poder de los judíos como el medio indispensable para lograrla.
Con su ascenso al poder el 30 de enero de 1933, su Weltanschauung, ante todo un conjunto de objetivos visionarios, sirvió para integrar las fuerzas centífugas del nazismo, para movilizar a sus activistas y para legitimar determinadas iniciativas políticas llevadas a cabo siguiendo, de una forma u otra, su voluntad. Entre tales objetivos estaba la eliminación de los judíos, idea que supo manejar con criterio táctico a lo largo de su carrera. Así,
Hitler intervenía para canalizar los ataques en forma de una legislación antijudía tremendamente discriminatoria, aplacando en cada fase a los radicales y progresando en la radicalización de las medidas adoptadas. Existía, por lo tanto, una «dialéctica» continua entre acciones «salvajes» desde abajo y discriminación orquestada desde arriba. Cada fase de radicalización era más intensa que la que la precedía. De esta manera, la inercia no se desvanecía nunca.

Teorías sobre el origen de su antisemitismo

Desde su aparición en el mundo político, surgieron toda clase de teorías y rumores que han intentando explicar, insatisfactoriamente, los orígenes del antisemitismo de Hitler.
Hubo rumores de que Hitler tenía alguna parte de sangre judía y de que su abuela, Maria Schicklgruber, se embarazó mientras trabajaba como criada en una familia judía.[cita requerida] Las implicaciones de estos rumores eran políticamente explosivas para el proponente de una ideología racista. Los adversarios intentaron demostrar que Hitler tenía antepasados judíos o checos. Aunque estos rumores no fueron nunca probados, para Hitler fueron una razón suficiente para ocultar sus orígenes.[cita requerida] Según Robert G. L. Waite en The Psychopathic God: Adolf Hitler, Hitler convirtió en ilegal para las mujeres alemanas trabajar en familias judías, y después del Anschluss (anexión) de Austria, convirtió la ciudad natal de su padre en una área de prácticas de artillería. Waite dice que las inseguridades de Hitler en este aspecto pueden haber sido más importantes que si la ascendencia judía pudo ser probada por sus compañeros.
Para 1903, Hitler asistía a la Realschule al mismo tiempo que Ludwig Wittgenstein, uno de los más destacados filósofos del siglo XX. Un libro de Kimberley Cornish sugiere que los conflictos entre Hitler y algunos estudiantes judíos, incluyendo Wittgenstein, fueron un momento crítico en la formación de Hitler como un antisemita. Sin embargo, la obra de Cornish ha sido acusada de ser de naturaleza especulativa.
Muchos historiadores especulan que su odio extremo hacia los judíos era por la posibilidad de que el padre biológico de Alois (y por tanto su abuelo) fuera de origen judío,[cita requerida] lo que fue desmentido luego. Otros lo atribuyen a que su madre murió al cuidado de un médico judío,[cita requerida] pero el mismo Hitler pareció estar agradecido por sus atenciones (le regaló una pintura y más tarde como canciller le permitió salir de Austria). Según algunos, sería la idea de la supuesta influencia sionista para que Estados Unidos entrara en la guerra.[cita requerida] Hasta la fecha, ninguna de estas aseveraciones ha sido convincentemente confirmada. Otra hipótesis afirma que fue simplemente por estrategia política.[cita requerida] Hitler encontró un culpable simbólico que le permitía justificar fácilmente el nacionalismo alemán y superar la lucha de clases (lo que en psicología básica se denomina chivo expiatorio).[cita requerida] El banquero no era malo por ser banquero, sino por ser judío. Si el banquero era alemán, nacionalista alemán, sólo podía empeñar la plusvalía que obtenía a costa de los trabajadores en engrandecer Alemania. Era una adaptación de la idea fascista del nacionalismo para superar la lucha de clases, pero era mucho más potente al identificar un enemigo mítico contra el que ya existía recelo y aversión mítica y antigua (los judíos como responsables de la muerte de Cristo). Una brillante idea con la que promover un movimiento unitario con una gran dosis de crítica y acción constructora (la gran Alemania) y una no menor dosis de destrucción y violencia mítica. La acción política perfecta: construir y destruir como propuesta política.
Según sus escritos, él consideraba a los judíos como una raza extranjera en territorio alemán y compartía muchas de las ideas antisemitas comunes en la época, que eran de origen muy antiguo (un ejemplo de esto lo tenemos en la influencia del panfleto apócrifo Los protocolos de los sabios de Sion). Así es como hablaba de una «conspiración judeo-bolchevique» (en la que incluía a todos los movimientos de izquierda por igual), al mismo tiempo que culpaba a los empresarios y financieros judíos de los problemas económicos por los que pasaba Alemania en aquel entonces (algunos de sus primeros discursos versaban sobre lo que él llamaba «la esclavitud del interés»). Como se verá, eso llevó a acusarlos también de llevar a Alemania a la derrota en 1918.

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